sábado, octubre 24, 2009

Fort


En los 80’s cuando era yo un ingenuo adolescente, tuve mi etapa metalera y satánica, como muchos otros incautos de aquél momento. Dado que en mi casa había una variedad pintoresca de libros, en algún momento me crucé con textos extraños y misteriosos que cuadraron perfecto con mis apetencias del momento. “El misterio de las catedrales” del misterioso Fulcanelli, un compendio de textos de Mme Blavatsky, compendios de Ouspensky y Gurdieff (quien habla profusamente sobre el “despertar” espiritual y de que vivimos como dormidos, y algunos años después me percato que eso ya lo había dicho Ibn Arabi en el siglo XIII con más aplicación), y “El libro de los condenados” de Charles Fort y que al parecer es difícil de conseguir (ojalá no lo hayan vendido mis hermanos). No leí el libro en su totalidad pero me causó una gran impresión en mi espíritu ávido de cosas raras. No pasa desapercibido leer que un hombre escriba con toda seriedad y seguridad sobre lluvias de ranas o de sangre, o de bolas de fuego en el mar. Todo lo que la ciencia desechaba lo tomaba Fort, de tal suerte que a toda experiencia no tipificada por la ciencia ortodoxa se le comenzó a llamar “forteana”. Y yo moría por tener mi experiencia forteana, y como suele sucederme con las cosas que deseo frenéticamente, no la tuve. Tuve una tímida vivencia una noche en que vi 3 luces en el cielo muy extrañas, que no había visto nunca, estáticas y de una intensidad inquietante. Dado que las vi una madrugada que iba caminando a mi casa proveniente de una reunión donde lo que había abundado había sido el ron, nadie dio crédito a lo que vi, todos me dieron palmaditas en la espalda aconsejando que chupe menos o que mejor tenga en cuenta que al caminar en esas condiciones, siempre es mejor mirar al suelo que al cielo. Paulatinamente fui abandonando el heavy metal (aunque aun sigo apreciando algunas canciones de Iron Maiden y Judas Priest), lo satánico, lo forteano y toda esa imaginería que tanto me fascinó en la adolescencia. Sin embargo cada tanto me resurge esa cosquilla de lo inexplicable, del andar a la caza de cosas insólitas o al menos raras, y sigo albergando la ilusión de presenciar algún episodio forteano, alguna lluvia de vacas o alguna combustión espontánea, sobre todo esa, la autocombustión, dependiendo del espontáneo que autocombustione, podría llegar a ser una experiencia espectacular. ¿Algún espontáneo?

domingo, octubre 11, 2009

Iowa






Un profesor de inglés que tuve en la universidad, que respondía al nombre de Kim Jurmu, fue quien me hizo notar por primera vez que los mexicanos no éramos menos prejuiciosos con los gringos que ellos con nosotros. Un buen hombre sin duda Kim, y durante el tiempo que fue mi profesor, nos unió una relación cálida y afectuosa, y le aprendí algunas lecciones interesantes, lecciones de vida más que de inglés. Fue entonces que me dio por investigar un poco más sobre la historia norteamericana y en esa indagatoria, di con la pintura de Grant Wood. Instantáneamente atrapó mi atención. Los colores, la composición, los temas, el humor y la ironía me provocaron un profundo placer. Casi simultáneamente descubrí también la pintura de Edward Hopper y gracias a la pintura de ambos, empecé a mirar de otra forma ciertas películas estadounidenses así como a ciertos directores. La fotografía, la pintura y el cine terminan interrelacionándose en algunos valiosos e interesantes momentos de la historia. Sin ir tan lejos algo así ocurre en México con José Clemente Orozco y las películas del Indio Fernández, por ejemplo (con fotografía de Gabriel Figueroa). No me voy a poner a hablar del archicomentado cuadro de Wood "American Gothic" porque ya no hay mucho que agregar a ese tema, pero sí quiero ensalzar su técnica, su paleta, su dedicación a crear un arte regionalista tomando como modelo la vida campestre de Iowa. Me llama mucho la vida campestre, no sé si como un tangible proyecto de vivir así, o como un anhelo ideal de vida sosegada. De ahí que disfrute enormemente de la poesía de Horacio laudatoria de la vida reposada, y por supuesto la Oda a la vida retirada de Fray Luis de León culminando con el Menosprecio de corte y alabanza de aldea de Fray Antonio de Guevara. Hay algo de idealizado en los paisajes campestres de Grant Wood, porque son abstracciones de la naturaleza. Él mismo declaró que eludía por completo ser "fotográfico". Es quizás por eso que mi ideal abstracto de vida campestre encuentre su enclave perfecto en la obra de Grant Wood.
No dejaré de destacar el componente de "misterio" que hay también en algunos de sus cuadros. Me gusta que haya misterio, que haya algo velado, algo que no se muestra del todo. El cuadro The midnight ride of Paul Revere es de mis predilectos en el sentido de misterio. Es casi un sueño, casi un sueño que está soñando Wood y que nosotros estamos espiando como ávidos voyeurs oníricos. La realidad es que el cuadro está basado en un evento real, y en el poema que Longfellow escribió a propósito. Se cuenta que Paul Revere estába comisionado para alertar a la gente sobre la incursión de los ingleses (esto durante las batallas de Lexington y Concord). Si la incursión era por tierra, tendría que llevar una linterna, en caso de que fuera por agua, entonces serían dos linternas. La noche del 18 de abril de 1775 irrumpen los ingleses y tiene ocasión la cabalgata nocturna de Revere, gritando (cuenta la leyenda): "The British are coming!" Pero el cuadro de Wood tiene ese dejo de sueño, de voluntad por plasmar más que un riguroso momento histórico patriota, una atmósfera, un estado mental. Muy probablemente estoy escribiendo tonterías pero de pronto sentí deseos de divagar informalmente sobre este pintor que tanto me gusta. Antes de continuar ensuciando con mis ideas la obra de este artista, mejor le voy poniendo punto final.