domingo, noviembre 29, 2009

De los velos


Un buen hombre, después de sortear un terrible embate del destino y la naturaleza, toda vez que vuelve la calma, que la tormenta cesa, que todo pasa, decide emborracharse. Ese hombre no es otro que Noé. Cuenta la tradición que producto de su borrachera terminó cometiendo indecencias propias de todos los asquerosos beodos que sucumben a tal demonio, una de sus indecencias fue a de desnudarse y terminar tumbado en el suelo. Sus hijos descubren al padre ebrio y desnudo y ¿qué es lo primero que hacen? Se apresuran a cubrir su ominosa desnudez. Hay un afán humano por cubrirlo todo. Alguien dijo que el lenguaje fue creado para ocultar lo que verdaderamente sentimos.El lenguaje es una larga urdimbre que termina cubriendo las ideas, los objetos. La educación, la moral, las tradiciones y las costumbres son capas y capas de tela que nos van momificando hasta perder por completo la noción de quiénes somos en realidad, qué es lo que hay debajo de tanta tela apolillada, deja uno de saber hasta el color de la carne viva que a su vez cubre nuestro cuerpo. Por eso hay un dejo de misterio en todo, hay una vaga sensación de que algo está oculto detrás de cada palabra, de cada acto, de cada ruido, de cada objeto. Heráclito decía que la verdadera naturaleza de las cosas gusta de ocultarse. Quizás el gran momento de revelación y descorrimiento de todas las cortinas sea ese que todos están pensando.

sábado, noviembre 21, 2009

Del pobrediablismo ingénito




Se ha dicho (y tal artificio me parece de una diabólica sutileza e ingenio) que la argucia más grande urdida por el demonio, ha sido la de convencer al mundo de que no existe. Sin embargo, si uno empieza a atar cabos, a correlacionar lecturas, a revisar la historia y a proseguir una concatenación detectivesca de pesquisas, empezará a columbrar que sí, que el demonio sí que existe y goza de muy buena salud. Pero lo curioso no es solo el hecho de postular su existencia, que la mayoría imaginamos como una entidad independiente, con cornamenta y con muy mal humor; sino que de existir el demonio, existe dentro de cada uno de nosotros. En diversos momentos y textos medievales se le refiere a Satanás como legión. Claro, el demonio es legión porque es cada individuo. Y entre más se va ahondando en la cuestión más se va comprendiendo el complejísimo entramado psicológico, antropológico y teológico de las nociones de cielo e infierno, cuando la encilla realidad, es que son potencias inherentes a cada buen ciudadano que sale por la mañana a comprarse unos bizcochitos para el desayuno. El Yo, el Alma, el Cuerpo, esos tenebrosos luciferes de los que tanto cuesta desprenderse. Porque para muchos teólogos es ese yo, egoísta, voraz, insaciable, veleidoso, el genuino y único demonio. Por eso es al que hay que eliminar, es contra ese yo contra el que se libra la batalla espiritual, es esa la inveterada lucha entre el bien y el mal que en realidad se trenza desde el interior de cada persona. Jung decía que el verdadero causante de la segunda guerra mundial no había sido otro que "yo", tu "yo" y mi "yo"; y La Theologia Germanica dice: "Sé simple y totalmente desposeído de ti mismo"; y el Dhammapada: "quien ha vencido al sí es el más grande de todos los héroes"; y Rumi: "¿Qué es el Amor? El mar de la no-existencia"... "A cualquiera que entre allí diciendo esto soy yo, yo (Dios) le golpearé en el rostro. ¿Qué es el Amor? Lo sabrás cuando te conviertas en ". Ya se podrá ir notando la clase de domingo que estoy teniendo. De no haber estado leyendo a Ananda Coomaraswamy (que tan fecundo en ideas es) mi domingo estaría siendo lo que todo tradicional domingo debiera ser: ocio, haraganería, fútbol, cerveza; el yo en su más indolente versión (la pereza es pecado capital y va muy bien con el diablo). Ahora que gracias a Coomaraswamy voy a ver a toda la gente que me rodea como unos pobres diablos, me puse a pensar en la carta de la lotería llamada "el diablito" y en su versito que la acompañaba en otros tiempos en que no existían computadoras ni videojuegos y la gente jugaba estos maravillosos juego de mesa:

Soy el diablo y he llegado
Aunque no me pueden ver
No vengo pidiendo fiado
Ni tampoco de comer.

Y si algún día lográramos eliminar el yo, como anhelan los teólogos, ¿no se tornaría un tanto aburrido todo? Todos excelsos, todos eximios (y ex simios), todos preclaros, todos probos, impolutos, angélicos... Pero todos soporíferos.