domingo, mayo 30, 2010

Semiótica de emergencia



No me gustan los galenos
. Su conducta con frecuencia tiende a la soberbia, de tal suerte que sí, efectivamente, a uno no le resta mejor alternativa que tornarse paciente. Y encima uno tiene que pagarle por ser paciente con él o ella. No hace mucho me vi compelido a acudir al hospital dado que respirar me estába empezando a costar mucho más trabajo del habitual, y como ya soy un señor mayor y ya desarrollé la facultad previsora (por no decir el cus cus a la parca), pensé que era más prudente apersonarme en el hospital antes de que me quedara sin respiración en el medio de la noche. Cualquier persona que haya tenido que ir a la sala de urgencias de un hospital habrá jurado, en algún momento de su estadía, no volver ahí bajo ningún concepto. Una sala de urgencias es más sórdida que una película de Ripstein. Ahí estába yo sentadito con toda mi obstrucción respiratoria, mi fiebre, mis escalofríos, mis mocos, y los ruidos del inframundo que salían por toda mi caja torácica y garganta, igualitos en acústica a los que emitía Linda Blair en el Exorcista cuando ya estába vomitada y sí, llena de mocos verdes. Por esa razón empecé a alucinar que la posesión demoníaca es en realidad un estado gripal muy fuerte (o a la inversa también) y que quizás tendría que haber pasado a la sacristía a dialogar con el cura en lugar de estar ahí. Finalmente llega mi turno y como era de esperarse me toca un médico arrogante, pero que tenía al menos la virtud de la atención. Escuchó concentrado mi descripción, de hecho, me exigió precisión en mi relato, y ahí ya me empecé a enojar. A todos los que me conocen saben que procuro ser siempre preciso en mi uso del lenguaje, pero con fiebre, sin oxígeno y el chamuco adentro, la gramática y la lingüística se pueden ir mucho al carajo. Pero también pensé en la semiótica médica, y en el difícil tránsito de los síntomas que tengo, al entendimiento del médico. Cómo explicar algo que quizás ni yo mismo logro definir, y no hablo solo de un cuadro gripal o una neumonía, sino cualquier otra sintomatología. Si yo le hubiera dicho al médico argentino "pues siento como si tuviera un tololoche en el tórax" no habría entendido mi metáfora. Si el paciente es una persona iletrada cómo va a hacer para darse a entender. La cuestión es que al doc no le convenció mi relato y hasta se dio el lujo de poner en tela de juicio que no pudiera respirar. Son de terror los médicos, casi que hasta eso se vuelve una disputa entre sofistas para ver quién se queda con el argumento final, o como un duelo verbal entre bugs bunny y el pato lucas: "que sí, que no, que sí, que no..." Hasta que me hizo una prueba llamada no sé cómo pero que mide la entrada de oxígeno a la sangre y me dio baja, entonces me dijo "sí te creo que te cueste respirar". De puro sádico dictaminó que me sacaran sangre, me inyectaran medicamento y me sacaran más sangre pero de la arteria, 3 piquetes de una sola sentada. La sacada de sangre pasó sin problemas, pero mientras se llevaba la jeringa la enfermera, cometió uno de esos pecadillos que a mi consideración, no deberían de suceder: me dijo "ahora te voy a sacar sangre de la arteria y eso sí te va a doler mucho". ¿Es necesario meterle ideas a uno? Considero que es mejor no decir ni fu ni fa y que cada quien experimente lo que deba experimentar, que el dolor también es asunto subjetivo. No me dolió ni la entrada ni la permanencia de la aguja, sino la salida y el apretón con algodón, ahí sí que me dolió. Y no contenta con eso, la enfermera tuvo el tino de romperme la vena cuando me picó por tercera vez para meterme el medicamento. Qué calamidad los hospitales, me resulta peor el remedio que la enfermedad. Lo único interesante fue que valoré la labor interpretativa que tienen que hacer los médicos para tratar de comprender lo que el paciente está tratando de explicar. Debe de haber descripciones de síntomas realmente divertidas, con el perdón de los enfermos.

*Quiero agradecer públicamente la diligencia de la enfermera Cecilia Delli Quadri, quien estuvo todo el tiempo al pie del cañón conmigo y sufrió un ingobernable ataque de risa cuando el médico me estába auscultando y me hizo repetir unas 17 veces en voz bien alta la palabra "treinta y tres".

domingo, mayo 09, 2010

Repeat after me

Podría empezar así: Señoras, señores, considero que la pulsión primordial del placer, es la repetición. Toda vez que el placer anhelado es consumado, lo primero en lo que se piensa o lo primero en que se afana la voluntad es en repetirlo. Un requisito es que el placer promisorio resulte genuinamente placentero a la hora de su consumación, porque bien puede venir a suceder que dicha promesa placentera le resulte desagradable a alguien, pero si se cumple la promesa, no hay nadie que no quiera repetirla lo antes posible. Más allá de la tendencia a evitar el dolor y procurar el placer, me parece que dicha repetición tiene que ver con el Tiempo. No sabemos lo que el Tiempo es, ni cómo es que funciona, ni cómo es que sucede, ni si sucede; si siempre ha sido o tuvo un inicio, si es una recta infinita o tiene curvaturas, si se repite o corre con las aguas como se supone que alguna vez dijo Heráclito. Lo que sí sabemos es que es irrecuperable, que el minuto que acaba de acontecer es tan insalvable como el minuto en que Sócrates bebió cicuta. Entonces una pareja, sin planeación y a tientas, hacen el amor por primera vez; y todo ha sido perfecto, todo fue tal cual lo imaginado, incluso superior (justo es mencionar que no siempre sucede así). Cuando están en la despedida quizás uno de ellos o ambos piensan e incluso dicen que ojalá se repita. Señoras, señores ¿no me es dable entonces conjeturar que ese afán de repetición tiene un componente de fijación del tiempo, de disecarlo? Porque lo que ambos buscan, en un plano muy profundo, casi abisal, es duplicar, centuplicar ese acto inaugural en toda su perfectitud. Por otro lado si la primera borrachera resultó ser jubilosa, festiva, o por el contrario, fue paliativa de la miserable vida que se vive, busca retenerse ese paliativo o ese júbilo, detener el tiempo repitiéndolo, hermosa paradoja poética. Sin embargo la repetición es un engañoso juego de espejos, de esos que nos reproducen casi hasta la infinitud y uno no deja de inquietarse al ver clonados a tantos yoes. Cada duplicado del espejo va siendo más y más pequeño. Lo mismo sucede con la repetición del placer. Su repetición, a la larga, deviene simulacro. Algo se desgasta, algo se pierde, algo se transforma, algo muere. La estratagema de disecar el tiempo no fructifica, pero deja una lección: el tiempo parece ser un devenir y ese devenir, erosiona, igual que el viento erosiona las rocas con una lentitud y paciencia ejemplares.

    El placer genera, básicamene, 3 tipos de adeptos: el abstemio, el moderado y el vicioso. Me da por pensar que el abstemio es aquel que elige vivir "fuera" del tiempo; el moderado vive "en" el tiempo y el vicioso se "devora" el tiempo. Pero los 3 se miran de reojo. ¿A cuál pertenecen ustedes? Gracias y buenas noches.