lunes, junio 28, 2010

De la contumelia

Iscariote Reclús, después de haber sobrevivido al paludismo y haber pasado las fiebres, empieza a comportarse con cierta extravagancia y una de sus primeras, fue la de quererle cambiar el nombre a su novia: "Armonía del Vivir Pensando", fue el nombre que el Iscariote había compuesto para su novia (que hasta ese momento respondía al nombre de Consuelito). Al escuchar Consuelito cuál iba a ser su nuevo nombre, dijo al Iscariote (cuyo nombre original era el de Saturnino): "Mira Satur, di tú que una es educada y de buenos principios, pero esto que me dices, ¡te lo juro!, es como para cagarse en tu madre".

Esta anécdota pertenece al cuento El ciudadano Iscariote Reclús, del fenomenal hombre y escritor que fue don Camilo José Cela, quien no solo sabía escribir con maestría, sino que sabía mucho del arte de insultar. Arte añejo como el mundo y vario como las lenguas. No han faltado los que se han abocado a pasar revista por él, empezando por el propio Cela quien con sus dos tomos del Diccionario Secreto, asentó con gran ciencia de lexicógrafo paciente todo tipo de acepciones de esos términos altisonantes que hacen fruncir las narices de los académicos solemnes. Baste recordar la enorme lista de derivados de la palabra "cojón" que anota don Camilo, y el comentario que hace sobre el torero Alfonso Cela, a quien le escuchó explicar que "El forro de los cojones es lo más práctico que se ha inventado, porque sería una leche el tener que llevarlos siempre en la mano, con riesgo de perder alguno".

Insultar es práctica cotidiana y casi automática, por eso sorprende cuando a algún inspirado se le ocurren ingeniosas formas del insulto. Borges, a quien cuesta mucho imaginar insultando o dirigiéndose procazmente a alguien, escribió un breve texto sobre "El arte de injuriar". Uno de sus ejemplos es una copla andaluza que, en un segundo -dice Borges- pasa de la información al asalto:
Veinticinco palillos

tiene una silla,
¿Quieres que te la rompa
En las costillas?

Esto me recuerda a Schopenhauer, quien también sabía de estas cosas. En su estratagema 38 de la Dialéctica Erística nos aconseja que cuando el argumento ad hominem ha fracasado en el intento de ganar una discusión, pasemos directamente al argumento ad personam, es decir, a los moquetes y a los insultos.

Hay que tener algo de rastrero para insultar con sabrosura, aquí no entran las finuras ni las elegantes ironías que si bien ganan en demolición, pierden en contundencia expedita. En esta imagen se puede ver algo de esa contundencia ciudadana que no deja lugar a dudas de las intenciones del propietario respecto de quien ose allanar su propiedad:
¿A alguien le queda alguna duda de las consecuencias excrementicias por cruzar la valla? Lo mismo sucede en esta admonición estampada en una pared:
Las deposiciones parecen ser de suma eficacia a la hora de agredir, y si lo unimos a lo más sagrado y lo más vituperado que hay, que es la madre de uno, la cosa sube considerablemente de color: me cago en tu puta madre. A no descuidar el detalle de que no solo se está cagando uno en la madre del otro, sino que le está adjudicando profesión haciendo así triple el efecto del insulto. Estas imágenes las tomé de la espléndida página de José Antonio Millán.
No solo se encontrarán ahí varias y muy interesantes cuestiones de la lengua, sino también reflexiones sobre el arte de los insultos.

Hablando de putas, en la novela de don Artemio de Valle-Arizpe El Canillitas (para algunos la mejor novela picaresca mexicana), se dan los siguientes derivados de la palabra puta, gran parte de ellos, en total desuso: coima, gaya, pelota, pacatriz, perendeca, grofa, zurrona, maraña, mesalina, cantonera, pelleta, germana, coja, daifa, gordeña, piruja, quillotra, barragana, carcavera, baldonada, tronca, soleta, rabiza, maturranga, ganforra, leperuza, cojinete, mundaria, cotarrera, piculina, pendanga, gorrona, pellejo, manfla, pelandusca, huila, mueblito, pirul, piscamocha, espumosa, birlocha, ciricaténfora... Y ahí le paro, porque nomás elegí las más inusuales, pero hay más. Sin embargo el sucinto y tradcional "puta" parece ser el más eficaz. No me veo diciéndole al árbitro del partido "¡chingas a tu ciricaténfora madre!" ¿Y aquellos versos de don Francisco de Quevedo y Villegas? "Puto es el hombre que de putas fía/y puto el que sus gustos apetece;/puto es el estipendio que se ofrece/en pago de su puta compañía.

Ya se ve que el tema es muy complejo, largo, y que ni siquiera me he metido en la profundidad de la palabra chingar porque ahí me demoraría bastante, ni siquiera intenté meterme en los insultos en cada país de habla hispana, de los regionalismos, porque no soy filólogo. Pero sí quiero celebrar la existencia del insulto y la frase soez en las lenguas, como catártica forma de desalojo de malas vibras y malos espíritus. Así que a putear se ha dicho, pos qué chingaos.

sábado, junio 19, 2010

Bohío


Hace muchos años en una Feria del Libro de la ciudad de México, dedicada en esa ocasión, a Cuba, me introduje en el stand de los cubanos y tan solo cruzar el umbral ya lo armaban a uno de un vaso con ron y la música sonaba a todo. Hurgué en los libros, todos impresos por el Gobierno y bajo el consentimiento de Castro, así que por obviedad no había una gran variedad. Sí pude echar mano de un tomo de cuentos, ensayos y poemas de Lezama Lima, lo cual me extrañó porque Lezama no fue nunca bien visto por Fidel. Pero también adquirí un librito escrito por un periodista que usaba el pseudónimo de H. Zumbado (asumo que es pseudónimo). Uno de sus artículos cuyo nombre no recuerdo versa sobre el “bongó positivo y el bongó negativo”. El bueno de Zumbado determina que hay dos tipos de personas en este mundanal mundo, obviamente, las personas bongó positivo y las bongó negativo. Las bongó positivo son aquellas que a la audición fortuita o deliberada de una rumba, mambo o cualquiera de las muchas formas musicales cubanas, inmediatamente busca llevar el ritmo: con los pies, golpeando la mano en la pierna, con una pluma sobre la mesa, con la cabeza, con lo que se encuentre a tiro pues. Las negativo, por obviedad, son las que se quedan incólumes ante la audición de un danzón. No se les mueve ni un pelito de la nuca. Hay algo sanguíneo en eso, habemos personas que realmente desde muy dentro de nuestro cuerpo, sentimos la introducción al flujo intravenoso de unas buenas tumbadoras, con sus respectivos bongós, del piano, las maracas, el güiro, el cencerro, del tres o tresillo, un trombón, trompeta, saxofón, contrabajo… En fin, todas esas maravillas que conforman la música cubana. Yo tuve un tío, el inefable tío Alfredo, que era un bongó positivo irredento, ese hombre sí que se buscaba cualquier objeto para poder seguir el ritmo de la canción que estába escuchando.

El bongó positivo es toda una actitud ante la vida, según éste periodista cubano. Un irle danzarín al destino o un ir bailando hacia la muerte, como se prefiera ver. En alguna entrevista le escuché decir a Severo Sarduy que el cubano tiene  una tendencia innata  a lo sonoro y a lo rítmico. Qué hermoso que toda esa cadencia y sonoridad navegaran hasta Yucatán y Veracruz y terminaran inundando todo el país germinando muchos futuros bongós positivos que ahora chancleteamos en el parquet cuando escuchamos una guaracha. Cómo pueden quedarse impávidos los bongós negativos ante una guaracha del Sexteto Borínquen, o del trío San Juan, o ayyyy, una del gran Negro Peregrino, o aventurarse unos pasitos montunos escuchando un son del trío Matamoros. Cómo no terminar envolviendo la tristeza del vivir en canto, en ese guitarreo nocturno y dulce que es el bolero.

Pobrecitos los bongós negativos, tan torpes de ritmos, tan atrofiados de sensibilidades caribeñas y tropicales, tan insípidos en el noble arte de condimentar la vida con el encanto infalible de la música.

sábado, junio 12, 2010

El arte de no decir nada

No han faltado los intelectuales que tienen para sí como imagen del paraíso, una abundante biblioteca.

Otros van más allá y ven en una laberíntica biblioteca la imagen del cosmos.

Pienso en Borges y la biblioteca de Babel.

Michel de Montaigne, decide retirarse del mundanal mundo y se encierra en su biblioteca a leer y escribir una de las obras fundamentales del pensamiento occidental. Tenía 38 años.

Aby Warburg renuncia a su primogenitura y los privilegios que ésta implica, por la construcción de su imponente biblioteca que sigue aupando al prestigioso Warburg Institute.

Una librería puede ser la imagen de una biblioteca. Entro a El Ateneo sin ningún objetivo definido, simplemente ver libros. Hay veces que sé perfectamente lo que quiero, entro directo a buscarlo y puede suceder que esté ahí, o simplemente no lo encuentre. Hay veces que a pesar de saber lo que quiero, se me cruza en el camino lo impensado y termino encantado con eso. Entro a El Ateneo sin ningún objetivo definido. Hurgo, husmeo, hojeo. Un libro llama mi atención, pero no logro recordar cuál. Voy al inicio del primer capítulo. Noto algo curioso: el texto me resulta conocido. Voy a la primera hoja y efectivamente era el texto que pensaba: La actualidad de lo bello de Gadamer. Por uno de esos extraños eventos azarosos, hubo un error de impresión o encuadernación y pusieron equivocados la tapa del libro y el texto. Y lo fui a encontrar.

Una biblioteca podría ser una imagen del Cosmos y en algún lugar, debe de estar el Libro de Libros, el que contenga el catálogo completo de la biblioteca.

El califa Omar pronuncia, ante la biblioteca de Alejandría, uno de los argumentos más contundentes y de siniestra perfección que se hayan dicho jamás: "Si todos estos libros dicen lo mismo que el Corán, entonces son superfluos. Quémenlos. Si dicen cosas diferentes del Corán, entonces son blasfemos. Quémenlos."

Aby Warburg fue perdiendo la razón a la vez que erigía su biblioteca.

sábado, junio 05, 2010

Círculo

Hace mucho tiempo, éste fui yo:

Pasados algunos años, llegué a convertirme en esto:


En la apariencia, éste soy ahora:

Y algún día, dichosamente, espero ser ellos: