miércoles, abril 28, 2010

Un espontáneo al ruedo

Debo a la lectura de dos textos de mi buen amigo Ivo Salazar (A las palabras no se las lleva el viento y por otro lado Las cosas pasan por algo... qué pasó antes) el que me ponga a coincidir con él en un asunto que vengo reflexionando hace algunos años ya: las frases hechas y los clichés. El buen Ivo dice con acierto que esas dos frases hechas en realidad son un absurdo porque no revelan ninguna verdad ni ningún conocimiento que sirva para algo provechoso. Si, ni duda cabe de eso, y es que la frase hecha en realidad viene a suplir la carencia de discurso que una persona tiene para que, cuando su idea se vea de pronto desválida y sin asidero, le surja un cliché de socorro del tipo "10 millones de personas no pueden estar equivocadas". Cuando alguien pretende convencerme de algo con el pseudo argumento de que x cantidad de personas no se pueden equivocar o que "todos piensan lo mismo menos tú, quién crees que tenga la razón", me dan ganas o bien de sacar una granada de mano y dejárselas en la mesa a todos los portadores de la verdad, o bien hacer como los monjes estilitas y subirme a una columna y no bajar jamás de ahí. Ya desde el siglo XVIII tenemos a Benito Feijoo haciendo lo mismo que Ivo y yo (obvio que Feijoo mi querido Ivo, con más oficio y rigor que nosotros dos), en un texto llamado "Del no sé qué", y arremete contra la frase hecha de "vox populi vox dei" diciendo (obviamente) que la verdad no es cosa de cantidades ni muchedumbres, y que la muchedumbre no solo no porta la verdad, sino que con frecuencia es el engaño y la mentira lo que difunden. La frase hecha viene a ser un depósito de los errores y supersticiones comúnes de las masas. En cambio el refrán es otro cantar. El refrán generalmente es metafórico e incluso alegórico, y eso lo dota ya de un pintoresquismo y sabrosura de la cual la frase hecha carece. "El que no conoce a Dios con cualquier barbudo se hinca", por citar uno de mis refranes predilectos. Creo que sirven también de aderezo a una reflexión, a una charla amena de sobremesa. Los escritores del siglo de oro español se sirvieron abundantemente de los refranes. La diferencia entre refranes y clichés se puede notar hasta en la circunstancia de que la gente a veces no entiende el significado de un refrán, en cambio con la frase hecha no hay pierde, es literal.
No hace mucho me enteré de que algunas personas estában hablando mal de mí. Al comentarlo con alguien me soltó una de esas inanes frases hechas: "tómalo de quien viene". En ningún momento se me ocurrió tomarlo de quien no viene, le respondí un tanto enfadado. Otra cosa hubiéra sido y mi cara habría brillado de alegría, si en lugar del cliché, me hubiéra dicho "a chillidos de marrano, oídos de chicharronero". Surtamos nuestro discurso de refranes y desterremos las frases hechas, que lo único que propician es la haraganería reflexiva. He dicho.

viernes, abril 16, 2010

Anomalías

Podría suceder que, en una reunión de esas donde confluyen no solo mujeres y hombres, sino bebidas y comidas, que a alguien se le dé por hacer un elogio, pongamos por caso, del matrimonio. No faltarán los adhirientes a la loa y por supuesto los opositores de semejante ocurrencia. Dos efectos sociológicos se pueden observar en ese tipo de debates.
El primero y quizás más sutil es el de que no todo lo que una persona afirma en el calor eufórico de una reunión es realmente lo que piensa (y mucho menos lo que hace), por lo tanto mal hará uno en tomarse muy a pecho la discusión y pretender convencer o ganar el pugilato verbal. Diversos motivos mueven a la gente para decir públicamente cosas que nada tienen que ver con sus genuinas acciones, pero quizás la más poderosa de esas razones sea la de disimular (o simular, según sea el caso), o sea la de instaurar en sociedad la imagen que alguien quiere que los demás se lleven a casa. Práctica vana que no conduce a nada bueno como no sea a la desdicha allá en soledad, allá donde lo que alguien verdaderamente es, emerge de los sótanos y alcantarillas como la noche de los muertos vivientes.
El segundo es el de catalogar de anormal a la persona que lleva la contra (porque, admitámoslo, los contreras son siempre minoría). Una persona lleva la contra públicamente a un aserto que todos parecen compartir por varias razones también, por aburrimiento, por cinismo, por provocación, por disimular (o simular, según sea el caso); sin embargo hay ocasión para que ese contrariar sea producto de la reflexión, del discernimiento. El que empieza a reflexionar con cierta aplicación, no tardará en empezar a discutir con la gente que le rodea. Pero ¿los que tienen homologado su pensamiento son normales y los parias que piensan diferente no lo son? Eso de la normalidad es concepto difuso y escurridizo. Sin embargo bien puede considerarse como normal a aquella persona que guarda y preserva las normas que rigen a su sociedad. Bajo ésta premisa, me percato que hay más gente normal de la que pensaba. Cierto que hay mucha gente con taras, extravagancias, rarezas, pero eso no hace anormal a nadie porque sus rarezas en nada modifican o desafían las normas.
Lo más aleccionador de esta brevísima reflexión, es que descubro que yo vengo a ser una persona rete normalita.