domingo, septiembre 26, 2010

Conductas urbanas 1

Soy un hombre citadino. En un futuro impreciso quisiera ser un hombre campirano. Dado que soy un hombre citadino y a su vez soy un huelemoles y un metomentodo, he venido observando algunas conductas de la gente en las grandes ciudades, y que se me antojan curiosas y llamativas. Paso a comentarlas:

Conducta en los ascensores.- Como resultado de exhaustivas investigaciones dirigidas por quien esto escribe, he venido a descubrir que la gran mayoría de la gente, cuando a solas se esncuentra esperando la llegada del ascensor, prefiere que éste, venga vacío. Es curioso porque incluso personas altamente sociables, preferirían ir solas en el elevador. ¿Repudio hacia el prójimo? ¿Ganas de mirarse en el espejo (cuando el ascensor cuenta con uno) impúnemente sin testigos? Sea lo que fuere, lo que me parece innegable es que algo de incomodidad espiritual brota como espuma cuando más de una persona van dentro de un ascensor. Si son dos los desgraciados, el desagrado encuentra fácil ubicación ya que una persona se coloca pegada a la puerta dando así la espalda a la que se ha colocado al fondo. Tú en tu rincón, yo en el mío y que la Virgen haga rápido el trámite. Cuando son 3, 4 o más, la cosa empieza a tornarse extravagante. Dado que el fin parece ser eludir la mirada del otro, uno se ubica o de cara a la puerta, o de espaldas, de costado e, incluso, alguna vez vi a uno paradito con la cara en el rincón, dándonos la espalda a todos como si la maestra lo hubiese castigado. Algunos clavan la mirada en el suelo, otros en el techo como quien busca una idea profunda, otros, siempre simpáticos, miran el tablero que indica por cuál piso vamos como quien mira el reloj del estadio cuando su equipo va perdiendo por un gol. Creo que seremos más de uno también, los que queremos estrangular a los que abordan el elevador para abandonarlo dos pisos arriba (o abajo). ¿Tanto les pesan las carnes como para desplazarlas por las escaleras? Son simpáticas asimismo las personas que al llamar al ascensor para bajar, oprimen el botón de subir y lo peor, cuando el ascensor llega y la puerta se abre como cortina de teatro dejando ver a un grupo de actores más bien malhumorados, la persona pregunta con la candidez propia del idiota: "¿sube?" La cortina se cierra mientras los dientes de los actores van asomando brillosos en señal de contienda. Tenemos (quizás a esa misma persona que pulsa el botón de subir cuando quiere bajar) a quien, ante la demora del ascensor, empieza a oprimir repetidamente el botón de llamado como si fuese Nintendo y entre más rápido oprima más rápido corre Mario Bros. Me da por pensar que quizás las personas somos más antisociales de lo que se imagina. Salvo la bendita excepción consistente en encontrarse en el ascensor a esa persona que le gusta a uno (y es precisamente por esa espuma de intimidad de los ascensores por la que resulta idóneo el encuentro con esa persona y abominable con el resto de la humanidad), encuentro que, dicho sea de paso, casi nunca sucede, uno siempre va a preferir lo inhóspito a la multitud.

Conducta en el subte.- El condicionamiento más puro lo venimos a encontrar cuando, ante la disponibilidad de asientos, las puertas se abren y las personas entran con una voracidad espeluznante a ocupar alguno, como si fuese lo más preciado, como si fuese una obligación cívica ir sentado, como si viniesen de una extenuante peregrinación de rodillas para ver a la Virgencita, como si hubiesen premios a los que ocupen los asientos. Dicha conducta le veo de igual manera tanto en el subte bonaerense como en el metro mexicano, aunque quizás con un poco más de salvajismo en el metro. Lo que es radicalmente opuesto, es lo que acontece cuando sube algún espontáneo a ganarse unos pesos cantando algo. En el subte, para mi asombro la primera vez que lo vi, cuando alguien entona alguna copla al son del charango, la gran mayoría de la gente no solo le presta atención, sino que cuando la canción termina, le aplauden. La otra cara de la moneda se da en el metro en el momento en que un bohemio se sube a cantarles con todo respeto esta canción que dice más o menos así... No solo ni lo miran, no le aplauden ni le dan una monedita, sino que si pudieran, lo lanzarían por la ventana. Cuando uno va en el subte a hora pico se torna complicado subir lo mismo que bajar, pero se puede hacer sin demasiadas complicaciones con la colaboración de la gente, al grado de que la gente que va sentada se levante de su asiento en el momento en que el subte se detiene en la estación en que se va a bajar sin que ello le implique mayores obstáculos. En el metro la cosa tiene otra logística. En hora pico no solo es difícil subir, sino que se corre el genuino riesgo de bajar varias estaciones después de la deseada. Al que va sentado más le vale irse levantando unas 2 estaciones como mínimo antes de la deseada y vaya abriéndose camino como en la selva, a machetazo limpio porque de lo contrario no podrá bajar. Hombres y mujeres recurren al caballazo y codazo como método único de interacción subterránea. Nadie colabora y la necesidad del otro representa poco menos que nada. Alguna vez, hace muchos años iba yo en el metro, a eso de las 7 de la mañana que es cuando la vida no vale nada ahí dentro. Eso era una lata de sardinas y llegamos a una de esas estaciones donde no baja nadie. Un señor estába lejos de la puerta y esa era su estación. Dado que era tempranito había un gran silencio, a pesar de la enorme cantidad de sardinas que viajábamos, entonces se escuchó clarito al señor que dijo "con permiso"... Ninguna respuesta, ni sonora ni motriz ni religiosa ni nada. Segundo "con permiso"... Segunda ausencia de vida humana. El timbre sonó indicando que o te bajas o te llevo y entonces el buen hombre dijo en alta voz una exclamación que me hizo el día y jamás olvidaré: ¡¡¡No mamen!!!... Tercera y última ausencia de señales de vida. Alguien pareció moverse un poco pero estoy seguro que fue porque reía por lo bajo.

Linda la ciudad ¿no?