sábado, octubre 23, 2010

Yendo

A mi querida Natalí, que se lo tenía prometido y le gusta que le recomiende música

Cuando leí que Lhasa de Sela había muerto (el 1° de enero de 2010), sentí una sacudida corporal extraña, brevísima, pero rotunda. No la conocía personalmente ni sabía mucho de su vida, tampoco soy de esas personas ridículas que simulan luto cuando fallece algún famoso y quieren aparentar una tristeza espuria que solo payasada es en el fondo. Repito: breve fue el estremecimiento, nada más. La vida es siempre tétricamente sorprendente, y el hecho de sorprender es lo que la hace tétrica. Un día antes de que falleciera, yo estuve leyendo sobre su vida, sobre el hecho de haber sido hija de hombre mexicano y mujer estadounidense, de haberse criado en Canadá y haber vivido en Francia, de haber integrado un circo con sus hermanos, de haber creado una música ecléctica sacando provecho de ese sincretismo en el que creció y vivió. Y yo leía eso y pensaba "qué interesante que debe de ser esta chica". Juro que esto lo pensé un día antes. Entonces yo ya sabía que tenía cáncer de mama pero desconocía su estado (¿por qué habría de conocer el estado de su enfermedad de hecho?). Leyendo en el trabajo un diario financiero (la vida con sus cosas raras), encuentro en un rincón de una hoja, una notita que decía que la cantante Lhasa de Sela había fallecido el día anterior. Fue esa conjunción, el haber estado pensando en ella el día antes mientras escuchaba su último disco, y lo absurdo de encontrar en un diario financiero el anuncio de su muerte al día siguiente, en un diminuto rincón de la hoja, como para llenar el espacio con algo,(y qué extraño que hayan elegido esa nota), lo que me sacudió. Dudo que otro diario argentino la haya incluido. Y al leer sentí una gran pena, porque era una chica muy talentosa, porque la vida es muy jodidamente rara y porque con toda seguridad iba a seguir haciendo una excelente música como la que ya había hecho. 

Hoy, caminando como extraviado por alguna calle bonaerense, escuchaba música. Me gusta caminar sin rumbo escuchando música. Tenía activado el modo aleatorio y entonces me soltó "I'm going in", de Lhasa. Creo que no le había puesto atención a esa canción. Qué honda. Es una suerte de despedida. Y yo me puse a pensar en la muerte, en la mía, no en la metafísica del morir, sino en la sensación física de expirar; y sentí miedo. De pronto me di cuenta que no me gustaría morir, al menos en el corto plazo, y no sé por qué, si consideramos que no tengo grandes planes ni grandes objetivos vislumbrados. Simplemente no quisiera por el momento. No estoy preparado aun. Y sé que la vida debiera ser eso, una preparación, un adquirir para después dispensar. Todos los ensayos que escribió Michel de Montaigne encerrado en su biblioteca, todo ese torrente de sabiduría e inteligencia fue, como él mismo lo dijo, una filosofía para bien morir. Eso, hay que aprender a morir, a bienmorir, y evidentemente a mí me falta mucho por aprender. Sin embargo siempre he sido de los que les gusta hacer todo en el último momento, de los que prefieren improvisar. Sabía que se venía un examen complicado en la universidad pero lo dejaba todo para el último momento, total, lo que no había aprendido en meses no lo iba a aprender en una semana. De cualquier forma así como a los profesores no les interesa si uno no estudió, a la vida menos le va a interesar si uno no se preparó, el tiempo no se detiene y uno se acerca cada segundo más a su final.

Dejo un video de Lhasa cantando en vivo (qué frase), en un loft en Canadá. Se le ve contenta, en un ambiente íntimo. Creo que fue grabado no mucho antes de que falleciera y eso le da más lustre a su risa. Además filmada por Vincent Moon, que mucho habría por escribir sobre las fimaciones musicales de este buen hombre. Qué ganas de haber estado en ese loft esa noche.  "Love came here" es la canción. Esa es una buena lección, esa que dice la canción: "love came here and never left". Me quedo con eso.