martes, octubre 18, 2011

Ciertas patafísicas





I.- Estaba leyendo "La letra e", de mi querido Augusto Monterroso, el apartado donde escribe un poco sobre la correspondencia entre Nabokov y Wilson, pero en realidad escribe sobre el significado de la frase latina "Et in Arcadia ego" y eso lo lleva a la susodicha correspondencia.


II.- Yo recordé que esa frase ya la conocía, porque la había leído en aquel infausto libro traducido como "El enigma sagrado", y que abriría el camino para toda suerte de chismes y oportunistas que terminarían desembocando en el mayor de todos: Dan Brown. Yo pensaba erróneamente que la frase significaba "Y en la Arcadia yo".


III.- Los vericuetos de la correspondencia Nabokov-Wilson, me hicieron pensar (aquí la patafísica se torna más sutil), en un viejo libro llamado "La mosca y el frasco", y que en su primer capítulo versa sobre una pelea entre filósofos de Oxford, al más puro estilo tianguis dominical, y cuyo protagonista principal fue, ni más ni menos, que el mismísimo Bertrand Russell.


IV.- No comprendo por qué recordé ese texto de verdulería entre filósofos de alto rango, pero curiosamente el libro lo tengo en el librero de mi cuarto, lo cual, tampoco tiene mucha coherencia si se considera que de entre mis libros, solo me traje algunos al azar y el azar quiso que ese estuviera aquí. Entonces lo tomé para releer y, leo en la primera página la información pertinente de la edición: Título original "Fly and the fly-bottle", traducción Augusto Monterroso y Edmundo Flores.


V.- Esos caminos desconocidos que se decide elegir sin que medie ninguna reflexión y que terminan llevándonos justo a la casa de nuestra novia, me gustan, ese abandonarse a lo fortuito con la confianza de que a donde quiera que lleve, será a lo mejor. Esta cadena de coincidencias sucedió en un lapso de unos 20 minutos.


VI.- Hace unas semanas veía en la noche, en un noticiero, a Héctor Aguilar Camín, y pensaba en que me recuerda mucho a un lejano amigo mío. Al siguiente día tuve que salirme de la oficina porque debía ir al banco. No me gusta salirme del trabajo con cualquier pretexto así que iba caminando muy deprisa. Ya de regreso a la oficina, iba a alta velocidad a paso muy de caminata olímpica, y cuando iba a pasar por casa Lamm, noté que iba a haber evento porque mucha gente había en la entrada; yo ya no podía aminorar el paso así que me puse a eludir bultos trajeados y perfumados lanzando con permisos por aquí y por allá, pero no pude evitar pisarle el juanete a alguien. Cuando volteo sin poder detenerme para pedirle disculpas, veo que no es otro que Héctor Aguilar Camín.


VII.- Algo similar me pasó en Buenos Aires, cuando vi una entrevista con el siempre simpático Alejandro Jodorowsky hecha por el no menos simpático Antonio Skármeta, y al siguiente día, caminando por Santa Fe, me detengo en un alto, y el señor que estaba pajareando al lado mío era Jodorowsky, los dos paraditos codo con codo esperando la luz verde, y yo le dije a mi acompañante mira mensa, es Jodorowsky, y ella me dijo con toda serenidad y ese quién es. Estuve a punto, lo juro, de decirle a Jodorowsky algo, siguiendo los dictados de la patafísica, pero al final, arrugué.


VIII.- Hace poco leía una novela de Roberto Bolaño llamada "Amuleto". Durante un lapso de no más de 5 segundos fugacísimos, pensé en un posible cuento que se llamaría "Departamento en Insurgentes", pero dudé entre ese nombre y "Departamento en Tabasco". Volví mi total concentración a la novela y me encuentro con una frase que decía más o menos "por ese entonces vivía en la calle Tabasco". Yo, realmente, aunque ya no tendría que sorprenderme, me sorprendí sobremanera.


IX.- Enlistar todas las patafísicas inmiscuidas en mi vida se terminaría tornando monótono, y nada menos patafísico que la monotonía. Mejor llamar al silencio, a esa teoría del silencio de los Residents que a veces es la mejor manera de decir lo que se quiere. Pero, nunca está de más volver a decir con Hamlet aquello de que "hay más cosas bajo el cielo de las que tu filosofía sueña".















jueves, octubre 06, 2011

Peter y la chochez









Tengo un amigo que alguna vez me dijo que "mato a mis ídolos". Sí, eso precisamente hago. Freud decía que el gran acto de todo ser humano consiste en "matar" simbólicamente a sus padres. Bien, ahora, vamos al inicio.
                                                                       
                                                                                       *


    A Peter Gabriel lo empecé a idolatrar por allá de 1981, cuando ya había sacado su tercer disco solista y estaba en ciernes el Security. Llegué a él por mi ya en esos entonces consagrado fervor por Genesis. Me pareció, durante un periodo de unos 11 años, el músico más innovador que había en la música, digamos, popular. Pero, no hay creador que no tenga su clímax y su inseparable deterioro, su cuesta abajo que se caracteriza, como Taine dijo, por la repetición de sí mismo. A Peter lo empecé a sentir flojo desde el disco Up, el cual implicó una espera de nada más 10 años, diez añitos estar esperando la salida de su nuevo disco para que resultara ser un trasunto, aunque decadente, del disco anterior, Us, que es, a mi humilde entender, lo último bueno que supo hacer. Se ve que nada salía ya de su otrora fecunda cabeza y terminó repitiéndose servilmente, pero ¿estarse una década esperando la visita de la musa?, me pareció una exageración. Ya entonces mi amigo se indignó porque tuve la osadía, aparentemente inadmisible y reprobable, de declarar que el disco de Peter me había parecido más bien mediocre y soporífero, y que más le valía dedicarse mejor a la botánica. Mi amigo es de esos que se estancan en una idea anclada allá en el fondo de su pasado, y la sacralizan y jamás la cuestionan, así que reprobar el disco de Peter era como escupir al dios protector. Sin contar los trabajos alternos del buen Gabriel, su siguiente disco fue el Scratch my back, que se compone exclusivamente de covers, como si un disco más de covers es lo que hiciera falta en este mundo. La sequedad creativa va adueñándose ya de todo su ser. Pero ya llegó al punto culmen de la decadencia, la chochez pasiflorina de muchos rockerillos del orbe: grabar sus canciones con orquestita, la auto repetición llevada al grado máximo de marchitamiento. Es larga la lista de los que han hecho ese experimento estéril y ridículo de pretender disfrazar su música, de música culta, como aquel que, teniendo unos pesos extra, decide irse al gran restaurante de la ciudad para codearse con la gente nice, aunque platique escupiendo el bocado que se acaba de meter a la boca. Si el patético mamarrachito de Alejandro Lora ya lo hizo, qué se puede esperar de un experimento tal. Arreglitos edulcorados, cursis, ramplones, descifrables hasta para el más ñoño de los espectadores y el obvio recurrir a algunas de sus peores canciones como In your eyes, Don't give up o Solsbury Hill, que son, desde luego, las que le conoce todo el mundo. El audaz Peter que supo componer una canción como The family and the fishing net está acabado, finito, kaputt, pero eso no le resta un ápice a las grandes cosas que hizo. Pero a mi amiguito no le gusta que uno critique a los viejos ídolos, así que me mira con expresión paternal como pensando que soy un pobre atolondrado que no sabe lo que dice, mientras yo lo miro con expresión pícara pensando que ya es hora de su chocho para la neurona. Tengo por hábito el identificar aquellas cosas que no se cuestionan y se dan por sentadas para ser esas precisamente las primeras en ser diseccionadas. Y si en la revisión uno descubre que aquello que alguna vez consideró maravilloso, ejemplar, grandioso, ya no lo parece, pues a admitirlo, que eso no lo convierte a uno en niño malcriado.


                                                                                          *


    Yo le sigo teniendo mucho cariño a Peter y sigo disfrutando mucho sobre todo de su 3er y 4to discos, pero ahora ya no lo iría a ver en concierto ni con boleto regalado, mucho menos con orquestita dizque New Blood que de new no tienen nada y la blood sale por las orejas de escuchar el aburrimiento de Don't give up que termina durmiendo hasta al perro.