lunes, noviembre 07, 2011

Kings of Convenience contra los pulpos chupeteadores

         




    Ante el advenimiento de un espectáculo que mucho llamaba mi atención, me puse a reflexionar sobre la pertinencia de mi asistencia. Para dicho efecto me puse a recapitular cómo fue mi última concurrencia a un concierto y, para mi espanto, me percaté que mi memoria perdió el registro de cuándo sucedió y qué concierto fue. Lo que sí recordé con prístina terquedad fue que, haya sido el que haya sido, dí mi palabra solemne de que jamás volvería a asistir a uno.
    Bien, ahora iba a presentarse Kings of Convenience en el Salón Cuervo, así que ponderé: es un dueto noruego que si bien han alcanzado notoriedad, no son movedores de grandes masas asquerosas de gente; su música es más bien relajada y relajante, delicada, fina, tersa; sí, a ese sí voy porque seguramente habrá gente que los conoce bien, que sabe lo que va a escuchar y sabrán, aunque sea por un tiempo de 2 horas, comportarse como si realmente fueran civilizados.
    Mi respuesta fue un sí, voy al concierto. Llegado el día algo, no sé, puede ser que fuera el ángel de la guarda, me empezó a susurrar desde bien temprano que quizás no había sido tan buena idea después de todo. Incluso, lo admito, me sobrevolaron allá en la lejanía un par de pretextos para no ir, pero los dejé alejarse. Me aferré (¿qué otra queda?) a mis deducciones que me condujeron a decidir asistir.
    Una vez paraditos en un lugar más o menos estratégico para ver algo de nuestros héroes, empezaron a emerger de las cloacas las taras colectivas que tan afanosamente había yo querido evitar, fueron haciendo acto de aparición muy ordenadamente, eso sí, a saber:


Tara prima.- La cita era a las 21:00, por lo que la mayoría hizo su mejor esfuerzo por apersonarse antes, pero los minutos empezaron a pasar y el show no empezaba. A algún genio de la amenidad se le ocurrió poner canciones de Bob Marley, lo cual fue aprovechado por varias niñas más bien tontas para bailar y paz a todos en la tierra y rastitas cenicientas oh sí. El concierto fue empezando cerca de las 22:00 (a esa altura las várices ya empezaban a latir, y a eso había que agregarle todo lo que fuera a durar el recital). 


Tara segunda.- Si bien el tiempo que nos tuvieron de sus idiotas ahí parados daba para contar uno por uno a los asistentes, ignoro cuántos éramos, pero de pronto eso se saturó, lo cuál me horrorizó porque agrupar puercos en chiqueros reducidos, siempre deviene en lodazal. ¿De dónde brotaron tantos fans de ese grupo sereno? Pues sabrá el sereno... Casi sin notarlo ya estábamos varios metros desplazados del lugar estratégico que habíamos elegido, y ni cómo reclamarlo porque en esos ámbitos prima la ley del codazo más fuerte. Decidimos, inteligentemente, desplazarnos a la orilla, siempre lo orillero ha sido lo mío, lo rinconero; a esa altura, ya había empezado a sacrificar cosas, en este caso, el ver de cerca a nuestros héroes. Sin embargo, en hacinamientos así, no hay inteligencia que valga porque pronto nuestra decisión brillante de desplazarnos a la orilla, se vio alcanzada por más hordas de zoquetes. Nuevo sacrificio: ver de cerca o de lejos a nuestros héroes porque quedé de frente a un pilar.


Tara tercera.- Empezó el concierto y con él, sin mayores dilaciones, los gritos desaforados de todos los mequetrefes ahí apelmazados. Estas bestias no distinguen, carecen de la facultad del discernimiento para discriminar si su conducta debería de ser igual ante un concierto de Belinda, o uno de cantos tibetanos; ellos gritan, ellos son bestias en cualquier ámbito, cómo que no. Bastó que Erik dijera "hello" (u hola, no me dejaron escuchar) para que ellos respondieran con su uuuuoooooouuuu. De tales conductas uno podría concluir que los mexicanos entienden la hospitalidad como alarido, en su afán por hacer sentir al huésped musical "a gusto", ellos gritan. Me quedé pensando en algún momento si al ir a casa de alguna de todas esas bestias, uno llega y dice "buenas noches", ellos responden con un uuuuoooooouuuu. Repito, este dueto sereno toca música apacible, no en vano su segundo disco se llama "Quiet is the new loud", entonces ¿a qué los gritos demenciales? Ellos cantaron mayormente acompañados de sus guitarras acústicas, ¿a qué los alaridos? No se les ocurre a los trogloditas, que la mejor y más hospitalaria forma de bienvenir a un cantante, es dejarlo hacer lo suyo en paz y con respeto. A la segunda canción, ya estaban llamando al silencio los propios cantantes, en un momento bochornoso que en lugar de avergonzar a los mequetrefes, los indignó. Erlend incluso llegó a decir "I make my living with my ears". Siguiente sacrificio: no escuchar adecuadamente la interpretación de nuestros héroes. 


Cuarta tara.- Al menos tengo que agradecer la exhibición por parte de la runfla de pelmazos, de una nueva tara que no conocía: la de platicar durante las canciones como si estuvieran en la cocina de su casa. Detrás mío, había una imbécil que en plena canción hablaba a los gritos de unas entradas VIP que tenía para el estadio Azteca y de no sé qué tantas zarandajas. Alguien la calló, y la señorita dijo: "estamos en un concierto, amigo". De haber podido hacerlo, habría suspendido en ese instante la canción, habría ordenado dirigir todos los reflectores hacia ella, le hubiera entregado un micrófono para pedirle que nos explicara a todos cuál es su entender sobre lo que es un concierto, porque creo que yo ya no lo entiendo. Erik preguntó en otro momento si los de atrás escuchaban bien, porque la platicada estaba a todo y no había certeza de que la gente realmente estuviera escuchando algo, lo cual no estaba tan lejos de la realidad. No me cabe ninguna duda de que estos dos buenos y tranquilos muchachos deben de pensar que estos mexicanos no entienden nada, nomás gritan y brincan a la que te criaste y no escuchan. Pero abarrotan el lugar, y eso deja ganancia, y time is money, y el billetito hace que hasta Erlend se olvide de que en otra ocasión una manita misteriosa le robó sus lentes.


Quinta tara.- Ojalá haya algún Freud ocurrente que me pueda dar una explicación satisfactoria de por qué a los mexicanos en manada, les da por cantar una repugnante y vomitiva canción como lo es el Cielito lindo; qué les lleva a imaginar que porque cantan una taradez semejante el mundo piensa "pero mira qué hermoso pueblo cantarín", o qué los lleva a pensar que eso es divertirse, o que eso es hermandad, o lo que sea que demonios piensen, si es que piensan. Camus escribió en "El mito de Sísifo" que la sensación de absurdo surge cuando se rompe el contexto. Qué absurdos que son los mexicanos que acuden a conciertos, van a platicar, a no escuchar, a gritar, a cantar el cielito lindo y el contexto termina hecho trizas, y lo peor es que no hay resguardo, no hay cómo irse a una orillita porque son tantos los zánganos, que absorben hasta los rincones y no hay orilla que valga, no hay outsider que sobreviva, no hay escape al tumulto, no hay espacio para el sosiego, que es espacio requerido para todo genuino disfrute y que estoy seguro que es el que hubieran querido los Kings.


Epílogo


Sencillo: no vuelvo a asistir a un concierto en este país.