martes, agosto 28, 2012

XTC o la primera vez

Hay primeras veces que jamás se olvidarán; en cambio, hay otras que por amor de Dios, habría que eliminar cuanto antes de la faz de la tierra; de esas mejor no hablar. Una de las memorables, fue aquella primera vez en que, con audífonos, tras un enfado mayúsculo, escuché con calma la primer canción de XTC que escuchaba en mi vida: Summer's Cauldron. El gran berrinche había sido porque ese disco, el Skylarking, yo lo había comprado por una canción, Dear God, de la que había visto el video y me había encantado.  El disco lo compré en Los Ángeles y tuve que esperar hasta mi regreso a México para escucharlo y descubrir, con gran enfado, que la canción no estaba ahí. Revisé el disco como quien revuelve toda su casa en busca de las benditas llaves. La canción no estaba. Entonces yo no sabía que en una primera instancia dicha canción había quedado fuera del disco para ser incorporada después.

No olvidaré mi sensación al escuchar Summer's Cauldron, mi pasmo, mi emoción, mi intuición de que algo había ahí que no había escuchado antes, una brillante sencillez, pero sobre todo, una belleza simple. Cuando llegué a Mermaid Smile ya no sabía yo cómo manifestar la excitación que traía, con esa canción llegué al paroxismo, entonces tendría yo unos 18 años y era muy dado al frenesí. Curiosamente esa canción fue la sacrificada para meter Dear God en las posteriores ediciones del disco, y ahora me parece que Mermaid Smile es considerablemente muy superior. Con esa canción concluí que eso iba a ser un hito en mi vida, que nada de lo que había escuchado antes se le podía comparar y que nada se le parecía.  Ahora, más de 20 años después, la vuelvo a escuchar y vuelvo a pensar que es lacónicamente grandiosa, directa a lo que va, eficaz, sin agregados innecesarios, como un aforismo que en su brevedad sintetiza todo un mundo.


No recuerdo cuál fue el siguiente disco que compré, todavía no terminaba de digerir el Skylarking y  quería toda su discografía ya, en ese mismo momento, no fuera a ser que mi muerte estuviera próxima y no pudiera escucharlo todo de ellos, entonces tenía 18 y era fatalista. Creo que compré el Big Express y el pasmo siguió, y siguieron los demás discos: Black Sea, Mummer, English Settlement, Drums & Wires; y llegó 1989, y andando cierto día en su auto con mi novia de ese entonces, escuché en la radio una canción y la voz, esa voz me sonaba conocida, y de pronto caí en la cuenta y la hice detener el auto mientras me jalaba yo los pelos de la emoción: era una nueva canción de XTC, The Mayor of Simpleton. Sí, pocos, poquísimos grupos me han llevado a tales desbordamientos de emoción, solo el viejo Genesis, o más recientemente los insuperables de Animal Collective, o Casino Versus Japan, o Funki Porcini.


Nunca fueron un grupo famoso, a pesar de que anduvieron por ahí dando la vuelta durante más de 20 años, su perfil bajo fue fielmente bajo y no todo mundo los notó, ni de nombre los conocen. Pero así supieron mantenerse en su nicho, ajenos a modas y veleidades, bien establecidos en su estilo único y personalísimo, sin asemejarse a nadie. Nunca los vimos en portadas de revistas con cara de niños malos conquistando adolescentes, ni salvando ballenas, ni jugando al budismo, ni promoviendo la hermandad de los humanos. La discreción fue una de sus cualidades, y vaya que es cualidad encomiable.


Debo admitir que, a pesar de que las composiciones se repartían entre Andy Partridge y Colin Moulding, son las de Partridge las que provocan mi pasmo. Supo componer melodías sumamente agradables, incluso fácilmente pegadizas, pero a no confundirse, siempre las desarrollaba de una manera poco convencional, siempre les dio giros hacia lo inesperado, hacia lo inusual, y que es precisamente lo que genera mi pasmo, mi asombro, como asombra siempre quien rompe los moldes a base de pura reflexión. 


Qué lejos han quedado esos días gloriosos de júbilos y vigores exuberantes, explosivos; de primeras veces inaugurándose por doquier, de aguardar tenaz y expectante la salida del nuevo disco del grupo predilecto, acudir a la tienda de discos importados, porque claro, había que enseñorear la colección con discos importados solamente, a pesar del precio; ver el disco esperado ahí, a veces en el aparador y sentir unos latidos bamboleantes solo comparables a los que sucedían cuando veía uno a esa primera chica de la que gustamos, agarrarlo, mirarlo por todos sus rincones, olerlo (ese ha sido siempre uno de mis grandes placeres, meter la nariz a los discos -obvio me refiero a los de acetato- y olerlos, así como meter la nariz entre las hojas de los libros y aspirarlos toditos). Se diluye un poco el júbilo adolescente, o en todo caso, transmuta, amén de que muchas cosas han cambiado en el ámbito musical, pero la cosa es que ahora ya no existe esa excitación perentoria, esa urgencia de las cosas que todo adolescente tiene, ahora ya soy viejo y me apresuro despacio, como reza el dicho latino: festina lente.






Dejaron de dar conciertos porque Partridge tenía miedo escénico. Entonces se concentraron en el cuidado trabajo de estudio. Podían ser duros, preponderar las guitarras, como en English Settlement, pero podían ser finísimos y delicados, como en el Nonsuch. Fueron refinando el trabajo vocal, el coral, que cada vez fue teniendo más protagonismo. En su penúltimo disco, Apple Venus, hicieron que resurgiera el adolescente que había sido y me volví a jalar los pelos, volví a poner pausa al cd para mirar al techo y decir "yo no lo puedo creer". Era mi cumpleaños, creo, 31, y me regalaron el disco, el cual sigue siendo uno de los mejores regalos de cumpleaños que me han obsequiado, y cuando en la madrugada, medio borracho, lo puse para antes de dormir y escuché la primera canción, River of orchids, yo no lo podía creer. Tenían 9 años de no grabar disco por problemas con Geffen Records, y yo me había ya resignado a que seguramente todo había muerto en ese periodo, incluida la inspiración; pero esa gota de agua que da inicio a la canción, esas cuerdas que comienzan tímidas, como saliendo de una caverna, de a poco, que se van buscando hasta encontrarse fuera de esa caverna y se armonizan y se organizan y comienzan a bailar, me dejaron simplemente perplejo. No creo exagerar si digo que la debo haber escuchado unas 20 veces esa noche, la borrachera y el sueño se me fueron, la gratitud y la maravilla me vinieron. Esa es música que lo acompaña a uno toda la vida, en cualquier etapa, porque no pierde lo que la distingue, que es la maestría. Después me enteraría que Harold Budd utiliza esa pieza en sus cursos universitarios.


Dada la calidad que seguían manteniendo, uno podría estar tentado a pensar que tendrían que haber seguido, pero no, hicieron bien en decir "hasta aquí", se requiere de algo de sabiduría para saber retirarse en el momento idóneo, sabiduría de la que muchos, demasiados grupos y cantantes carecen. Ahí están ya sus gloriosos discos, esos son inamovibles. Ahí está la primera vez que los escuché, inolvidable, queridísima. John Ruskin decía que la única moral que hay, es el gusto y que, conociendo el gusto de una persona, se sabe todo de esa persona. ¿Qué se puede inferir de alguien que gusta de XTC?













miércoles, junio 13, 2012

Auto post

Encontrar música grata por azar siempre estimula. Me posteo a Fiodor Dream Dog para no olvidar que por algún rincón de la red se encuentra esta espléndida canción y también, como auto-recordatorio de que debo comprar éste su segundo disco.



        




miércoles, febrero 08, 2012

Nuestros caros autores





a) Estoy leyendo a Vilita incansablemente. Vilita es Enrique Vila-Matas, pero le digo Vilita porque con Minerva, mi esposa, empezamos a aplicarles el mexicanísimo diminutivo a los escritores que más disfrutamos.


b) En realidad fue ella la que inauguró esa costumbre cuando, tras de renuencias y titubeos, se animó a leerlo y entonces me dijo: "oye, creo que Bolaño sí me está gustando"; y un par de días después: "oye, estoy feliz con Bolañito", y a mí me pareció encantadora su aplicación del diminutivo.


c) Al poco tiempo hubo una entrega de premio y lectura de poesía en Aguascalientes, en el museo Posada, donde pocos días antes de morir, fue premiado Tomás Segovia. También andaba por ahí Juan Gelman, así que Minerva no se podía permitir no acudir al evento. Esa misma noche me dijo: "oye, nos encontramos a Gelmancito fumando en un jardín y platicamos un poquito, es un encanto". Pero para mí lo encantador fue que le hubiera dicho Gelmancito. 


d) Y yo dale que dale con Vilita y Minerva que me dice: "oye, tú me estás poniendo el cuerno con tu Vilita", y yo le juro y recontra juro por todos los santos y la virgencita de Guadalupe que entre Vilita y yo no hay nada más que una profesional relación de lector-autor, que si bien esas relaciones tienen sus apasionamientos, sus celos, sus peleas y reconciliaciones, solo tienen cabida en un lugar hipotético que bien podríamos denominar "imaginario".


e) Vilita tiene frases, ideas, reflexiones, que yo también he tenido en algunos momentos de mi vida y eso, me ha parecido peculiar. Desde que lo leí por primera vez, en Bartleby y Compañía. Desde ya que el que un autor escriba cosas similares a las que uno piensa o hasta escribe, no tiene nada de asombroso ni es para echar cohetes, así como tampoco es motivo para calificar a alguien de buen escritor, pero, Vilita, es un gran escritor, con todas las de la ley.


f) En cierta entrada de mi diario (porque escribo un diario esporádico), escribí que debo agradecerle a Vilita el estar escribiendo por mí todos esos libros que tanta pereza me da escribir.


g) Por ejemplo, en Chet Baker piensa su arte, página 248, dice: "Recuerdo que hace ya unas cuantas horas..." ¿Cuántas veces no habré yo empezado así un pensamiento? Sin ir tan lejos, ayer mismo le decía yo a Minerva: "No recuerdo hace cuántas horas tomé la pastilla".  En El viento ligero en Parma, página 123, anota: "Odio el campo, me aburro siempre en él..." No creo exagerar al relacionar esa declaración con la que le dije a Minerva hace unas seis semanas de que: "No sé si me divierte mucho visitar a tus padres en el campo". Y podría continuar anotando ejemplos durante un buen rato, pero considero que con estos dos botones es suficiente.


h) Pero no solo está el misterio de las similitudes con Vilita, sino el de la red enigmática en la que de pronto estoy atrapado y que me ha llevado a entrelazarme con varios escritores que, a su vez, se entrelazan entre sí: Pitol, Aira, Monterroso, Perec, Borges, Walser. De ellos y muchos más, hace referencia Vilita y yo ya había llegado a ellos por otras vías y vienen a confluir todos en él. No hace mucho y durante un periodo de una semana, me estuve encontrando con Walser por todos lados. Ya lo tenía yo anotado en mi lista mental de escritores por leer. En dicha semana di accidentalmente con un texto de Alan Pauls (autor del que también habla Vilita) sobre Walser; otro día entré a la librería Guadalquivir en Buenos Aires y el primer libro que vi fue uno de Sebald (otro autor citado por Vilita) sobre Walser. Ese fin de semana me compré mi primer novela de Vilita, Bartleby y Compañía, y en las primeras páginas me encontré con el nombre de Walser. Le dije a Minerva: "hay un oscuro hilo que me está indicando un oscuro camino de escritores que se relacionan entre sí por no sé qué oscuras razones", y ella rió y, muy probablemente, me tiró de loco paranoico. Leyó un libro de Danilo Kis y cuando me participó de que: "me encanta Danilito", yo no supe cómo hacer para reprimirme la necesidad de informarle de que Vilita y Danilito. Ahora empiezo a sospechar que quizás el señor Enrique Vila-Matas sí podría llegar a convertirse en la causa de divorcio entre Minerva y yo.


i) Minerva no se lo cree, pero estamos ya atrapados en esa oscura red de la que nada sabemos, ni cuál es el papel que estamos representando. Me siento como el tartamudeante Woody Allen en Shadows and fog siendo informado de que forma parte del plan para capturar al asesino, pero nadie le dice en qué consiste su participación,


j) Imagino que Vilita viene a México, quizás a la feria del libro o a dar alguna conferencia o a presentar un nuevo libro, y yo me apersono, cómo no voy a ir, y Minerva me dirá: "ay amor, se te hará realidad ver a tu Vilita en persona para que le puedas decir cuánto lo amas", y quizás el azar me lleve a estar frente a él. ¿Qué podría o debería yo de hacer en un momento como ese? Me imagino que ya debe de sumar una buena cantidad de experiencias raras con los admiradores el buen Vilita, y le habrán ya dicho de todo, desde lo más manido hasta lo más heteróclito. Cómo no acercarme y decirle "señor Vilita, yo no quiero perder a mi esposa, hágame el favor de hablar con ella y explicarle que entre usted y yo no hay nada salvo una sana relación lector-escritor, y que la red de autores en que estamos metidos no tiene ninguna finalidad perniciosa para nuestros destinos". Y don Vila-Matas que sonríe por cortesía pero ya mira a otro lado para evitar el contacto con el chalado, y Minerva que ya me jala del brazo diciendo: "ay Roberto, cómo se te ocurre decirle eso al señor", y yo que soy llevado a la entrada del recinto para que pase a retirarme y ya afuera, reflexiono si la literatura vale para tanto, si vale perder a la mujer amada tan solo  por los escarceos ambivalentes a que la intimidad lectora lo lleva a uno. 


k) Ahora que lo pienso, mejor leer a los autores que ya no están entre nosotros, para evitar encuentros exóticos, para no encontrarlos en un café de alguna ciudad y sentir que debemos ir a decirles algo. Mejor leo a mis muertos, desde Quinto Horacio (Flaquito querido), hasta Elizondito, que cada vez lo recuerdan menos.