miércoles, febrero 08, 2012

Nuestros caros autores





a) Estoy leyendo a Vilita incansablemente. Vilita es Enrique Vila-Matas, pero le digo Vilita porque con Minerva, mi esposa, empezamos a aplicarles el mexicanísimo diminutivo a los escritores que más disfrutamos.


b) En realidad fue ella la que inauguró esa costumbre cuando, tras de renuencias y titubeos, se animó a leerlo y entonces me dijo: "oye, creo que Bolaño sí me está gustando"; y un par de días después: "oye, estoy feliz con Bolañito", y a mí me pareció encantadora su aplicación del diminutivo.


c) Al poco tiempo hubo una entrega de premio y lectura de poesía en Aguascalientes, en el museo Posada, donde pocos días antes de morir, fue premiado Tomás Segovia. También andaba por ahí Juan Gelman, así que Minerva no se podía permitir no acudir al evento. Esa misma noche me dijo: "oye, nos encontramos a Gelmancito fumando en un jardín y platicamos un poquito, es un encanto". Pero para mí lo encantador fue que le hubiera dicho Gelmancito. 


d) Y yo dale que dale con Vilita y Minerva que me dice: "oye, tú me estás poniendo el cuerno con tu Vilita", y yo le juro y recontra juro por todos los santos y la virgencita de Guadalupe que entre Vilita y yo no hay nada más que una profesional relación de lector-autor, que si bien esas relaciones tienen sus apasionamientos, sus celos, sus peleas y reconciliaciones, solo tienen cabida en un lugar hipotético que bien podríamos denominar "imaginario".


e) Vilita tiene frases, ideas, reflexiones, que yo también he tenido en algunos momentos de mi vida y eso, me ha parecido peculiar. Desde que lo leí por primera vez, en Bartleby y Compañía. Desde ya que el que un autor escriba cosas similares a las que uno piensa o hasta escribe, no tiene nada de asombroso ni es para echar cohetes, así como tampoco es motivo para calificar a alguien de buen escritor, pero, Vilita, es un gran escritor, con todas las de la ley.


f) En cierta entrada de mi diario (porque escribo un diario esporádico), escribí que debo agradecerle a Vilita el estar escribiendo por mí todos esos libros que tanta pereza me da escribir.


g) Por ejemplo, en Chet Baker piensa su arte, página 248, dice: "Recuerdo que hace ya unas cuantas horas..." ¿Cuántas veces no habré yo empezado así un pensamiento? Sin ir tan lejos, ayer mismo le decía yo a Minerva: "No recuerdo hace cuántas horas tomé la pastilla".  En El viento ligero en Parma, página 123, anota: "Odio el campo, me aburro siempre en él..." No creo exagerar al relacionar esa declaración con la que le dije a Minerva hace unas seis semanas de que: "No sé si me divierte mucho visitar a tus padres en el campo". Y podría continuar anotando ejemplos durante un buen rato, pero considero que con estos dos botones es suficiente.


h) Pero no solo está el misterio de las similitudes con Vilita, sino el de la red enigmática en la que de pronto estoy atrapado y que me ha llevado a entrelazarme con varios escritores que, a su vez, se entrelazan entre sí: Pitol, Aira, Monterroso, Perec, Borges, Walser. De ellos y muchos más, hace referencia Vilita y yo ya había llegado a ellos por otras vías y vienen a confluir todos en él. No hace mucho y durante un periodo de una semana, me estuve encontrando con Walser por todos lados. Ya lo tenía yo anotado en mi lista mental de escritores por leer. En dicha semana di accidentalmente con un texto de Alan Pauls (autor del que también habla Vilita) sobre Walser; otro día entré a la librería Guadalquivir en Buenos Aires y el primer libro que vi fue uno de Sebald (otro autor citado por Vilita) sobre Walser. Ese fin de semana me compré mi primer novela de Vilita, Bartleby y Compañía, y en las primeras páginas me encontré con el nombre de Walser. Le dije a Minerva: "hay un oscuro hilo que me está indicando un oscuro camino de escritores que se relacionan entre sí por no sé qué oscuras razones", y ella rió y, muy probablemente, me tiró de loco paranoico. Leyó un libro de Danilo Kis y cuando me participó de que: "me encanta Danilito", yo no supe cómo hacer para reprimirme la necesidad de informarle de que Vilita y Danilito. Ahora empiezo a sospechar que quizás el señor Enrique Vila-Matas sí podría llegar a convertirse en la causa de divorcio entre Minerva y yo.


i) Minerva no se lo cree, pero estamos ya atrapados en esa oscura red de la que nada sabemos, ni cuál es el papel que estamos representando. Me siento como el tartamudeante Woody Allen en Shadows and fog siendo informado de que forma parte del plan para capturar al asesino, pero nadie le dice en qué consiste su participación,


j) Imagino que Vilita viene a México, quizás a la feria del libro o a dar alguna conferencia o a presentar un nuevo libro, y yo me apersono, cómo no voy a ir, y Minerva me dirá: "ay amor, se te hará realidad ver a tu Vilita en persona para que le puedas decir cuánto lo amas", y quizás el azar me lleve a estar frente a él. ¿Qué podría o debería yo de hacer en un momento como ese? Me imagino que ya debe de sumar una buena cantidad de experiencias raras con los admiradores el buen Vilita, y le habrán ya dicho de todo, desde lo más manido hasta lo más heteróclito. Cómo no acercarme y decirle "señor Vilita, yo no quiero perder a mi esposa, hágame el favor de hablar con ella y explicarle que entre usted y yo no hay nada salvo una sana relación lector-escritor, y que la red de autores en que estamos metidos no tiene ninguna finalidad perniciosa para nuestros destinos". Y don Vila-Matas que sonríe por cortesía pero ya mira a otro lado para evitar el contacto con el chalado, y Minerva que ya me jala del brazo diciendo: "ay Roberto, cómo se te ocurre decirle eso al señor", y yo que soy llevado a la entrada del recinto para que pase a retirarme y ya afuera, reflexiono si la literatura vale para tanto, si vale perder a la mujer amada tan solo  por los escarceos ambivalentes a que la intimidad lectora lo lleva a uno. 


k) Ahora que lo pienso, mejor leer a los autores que ya no están entre nosotros, para evitar encuentros exóticos, para no encontrarlos en un café de alguna ciudad y sentir que debemos ir a decirles algo. Mejor leo a mis muertos, desde Quinto Horacio (Flaquito querido), hasta Elizondito, que cada vez lo recuerdan menos.