Esta anécdota pertenece al cuento El ciudadano Iscariote Reclús, del fenomenal hombre y escritor que fue don Camilo José Cela, quien no solo sabía escribir con maestría, sino que sabía mucho del arte de insultar. Arte añejo como el mundo y vario como las lenguas. No han faltado los que se han abocado a pasar revista por él, empezando por el propio Cela quien con sus dos tomos del Diccionario Secreto, asentó con gran ciencia de lexicógrafo paciente todo tipo de acepciones de esos términos altisonantes que hacen fruncir las narices de los académicos solemnes. Baste recordar la enorme lista de derivados de la palabra "cojón" que anota don Camilo, y el comentario que hace sobre el torero Alfonso Cela, a quien le escuchó explicar que "El forro de los cojones es lo más práctico que se ha inventado, porque sería una leche el tener que llevarlos siempre en la mano, con riesgo de perder alguno".
Insultar es práctica cotidiana y casi automática, por eso sorprende cuando a algún inspirado se le ocurren ingeniosas formas del insulto. Borges, a quien cuesta mucho imaginar insultando o dirigiéndose procazmente a alguien, escribió un breve texto sobre "El arte de injuriar". Uno de sus ejemplos es una copla andaluza que, en un segundo -dice Borges- pasa de la información al asalto:
Veinticinco palillos
tiene una silla,
¿Quieres que te la rompa
En las costillas?
Esto me recuerda a Schopenhauer, quien también sabía de estas cosas. En su estratagema 38 de la Dialéctica Erística nos aconseja que cuando el argumento ad hominem ha fracasado en el intento de ganar una discusión, pasemos directamente al argumento ad personam, es decir, a los moquetes y a los insultos.
Hay que tener algo de rastrero para insultar con sabrosura, aquí no entran las finuras ni las elegantes ironías que si bien ganan en demolición, pierden en contundencia expedita. En esta imagen se puede ver algo de esa contundencia ciudadana que no deja lugar a dudas de las intenciones del propietario respecto de quien ose allanar su propiedad:


No solo se encontrarán ahí varias y muy interesantes cuestiones de la lengua, sino también reflexiones sobre el arte de los insultos.
Hablando de putas, en la novela de don Artemio de Valle-Arizpe El Canillitas (para algunos la mejor novela picaresca mexicana), se dan los siguientes derivados de la palabra puta, gran parte de ellos, en total desuso: coima, gaya, pelota, pacatriz, perendeca, grofa, zurrona, maraña, mesalina, cantonera, pelleta, germana, coja, daifa, gordeña, piruja, quillotra, barragana, carcavera, baldonada, tronca, soleta, rabiza, maturranga, ganforra, leperuza, cojinete, mundaria, cotarrera, piculina, pendanga, gorrona, pellejo, manfla, pelandusca, huila, mueblito, pirul, piscamocha, espumosa, birlocha, ciricaténfora... Y ahí le paro, porque nomás elegí las más inusuales, pero hay más. Sin embargo el sucinto y tradcional "puta" parece ser el más eficaz. No me veo diciéndole al árbitro del partido "¡chingas a tu ciricaténfora madre!" ¿Y aquellos versos de don Francisco de Quevedo y Villegas? "Puto es el hombre que de putas fía/y puto el que sus gustos apetece;/puto es el estipendio que se ofrece/en pago de su puta compañía.
Ya se ve que el tema es muy complejo, largo, y que ni siquiera me he metido en la profundidad de la palabra chingar porque ahí me demoraría bastante, ni siquiera intenté meterme en los insultos en cada país de habla hispana, de los regionalismos, porque no soy filólogo. Pero sí quiero celebrar la existencia del insulto y la frase soez en las lenguas, como catártica forma de desalojo de malas vibras y malos espíritus. Así que a putear se ha dicho, pos qué chingaos.