
En los 80’s cuando era yo un ingenuo adolescente, tuve mi etapa metalera y satánica, como muchos otros incautos de aquél momento. Dado que en mi casa había una variedad pintoresca de libros, en algún momento me crucé con textos extraños y misteriosos que cuadraron perfecto con mis apetencias del momento. “El misterio de las catedrales” del misterioso Fulcanelli, un compendio de textos de Mme Blavatsky, compendios de Ouspensky y Gurdieff (quien habla profusamente sobre el “despertar” espiritual y de que vivimos como dormidos, y algunos años después me percato que eso ya lo había dicho Ibn Arabi en el siglo XIII con más aplicación), y “El libro de los condenados” de Charles Fort y que al parecer es difícil de conseguir (ojalá no lo hayan vendido mis hermanos). No leí el libro en su totalidad pero me causó una gran impresión en mi espíritu ávido de cosas raras. No pasa desapercibido leer que un hombre escriba con toda seriedad y seguridad sobre lluvias de ranas o de sangre, o de bolas de fuego en el mar. Todo lo que la ciencia desechaba lo tomaba Fort, de tal suerte que a toda experiencia no tipificada por la ciencia ortodoxa se le comenzó a llamar “forteana”. Y yo moría por tener mi experiencia forteana, y como suele sucederme con las cosas que deseo frenéticamente, no la tuve. Tuve una tímida vivencia una noche en que vi 3 luces en el cielo muy extrañas, que no había visto nunca, estáticas y de una intensidad inquietante. Dado que las vi una madrugada que iba caminando a mi casa proveniente de una reunión donde lo que había abundado había sido el ron, nadie dio crédito a lo que vi, todos me dieron palmaditas en la espalda aconsejando que chupe menos o que mejor tenga en cuenta que al caminar en esas condiciones, siempre es mejor mirar al suelo que al cielo. Paulatinamente fui abandonando el heavy metal (aunque aun sigo apreciando algunas canciones de Iron Maiden y Judas Priest), lo satánico, lo forteano y toda esa imaginería que tanto me fascinó en la adolescencia. Sin embargo cada tanto me resurge esa cosquilla de lo inexplicable, del andar a la caza de cosas insólitas o al menos raras, y sigo albergando la ilusión de presenciar algún episodio forteano, alguna lluvia de vacas o alguna combustión espontánea, sobre todo esa, la autocombustión, dependiendo del espontáneo que autocombustione, podría llegar a ser una experiencia espectacular. ¿Algún espontáneo?