lunes, noviembre 08, 2010

Conversation

Harry es un hombre con el que me identifico. Solitario, ensimismado, maniático. Es muy disciplinado y recatado, y en eso no nos parecemos. Es una de esas personas que supo sacar provecho de sus perversiones, en el caso de Harry, del oscuro impulso por fisgonear y que rimbombantemente se le conoce también con el término de voyeur. Es un experto en el arte del espionaje, nada se le escapa, puede grabar la conversación que dos personas tienen, en una plaza pública, mientras caminan en círculos como los peripatéticos. Algo de fascinante hay en escuchar la conversación trivial que dos personas aleatorias tienen en un lugar público, digamos, cuando están en su hora de comida. Lo que menos desea un hombre con un riguroso sentido de la privacidad, es la intromisión del temido otro, (cómo no va a ser estricto con su privacidad un hombre experto en traspasarla).

A veces las cosas con apariencia más inocente e inocua, tienen oculto algo maligno, dañino, mefítico. Eso lo he aprendido muy bien. La conversación casual de una tarde de plaza, parece no ser tan inocente, ¿o sí lo es? Todo se ve según el mentado cristal que se interpone, y esos cristales, como el velo de Maya, son engañosos, veleidosos; pueden hacernos ver algo como angelical y caprichosamente después, verlo como infernal, incluso a las personas, dependiendo el cristal, se nos aparecen como santos o como demonios. Habría que prescindir de una vez por todas de tantos cristales y aprender a mirar las cosas como realmente son, no como las distorsionan. Harry se ve inmerso en un asunto peligroso, imbricado. Teme, más que por su propia integridad, por la vida de esas dos inocentes personas a las que su grabación, ha puesto en grave riesgo.

A Harry le gusta la música. Le gustan las mujeres y tiene una, solo que ella no lo tiene a él, ella no sabe nada de su vida, no sabe ni su edad. Nadie sabe ni siquiera su número telefónico y de hecho, el aparato telefónico lo tiene guardado dentro de un cajón, como una herramienta más. Harry toca el saxofón, el único punto de fuga de su apretada y rígida rutina, es ese soplar nocturno. Su angustia ante la posibilidad de que dos inocentes tengan el peor de los finales lo lleva a querer salvarlos, y en ese intento de salvación propia y ajena (porque él, a su modo, se está intentando salvar también pero de algo más profundo), lo lleva a descorrer el velo de Maya y descubrir una terrible realidad. Una tarde suena el teléfono. Ese sonido reproducido de miles de formas en miles de casas del mundo, en la suya no puede representar sino el anuncio de la catástrofe, de la invasión, de la violación, de la pesadilla de saber que alguien ha traspasado su hermética privacidad. Le advierten que mejor no se siga entrometiendo en donde no lo llaman porque le puede ir muy mal, y como prueba de que lo están vigilando, le reproducen la pieza de jazz que estaba tocando unos minutos antes. Harry es presa del pánico y la desesperación. Rompe todo lo que encuentra a su paso en su departamento buscando el micrófono intruso. No lo encuentra. Termina rompiendo hasta una figura de la virgen que por recato, había respetado. No hay nada. El mundo enclaustrado que metódicamente había construido, se ha venido abajo, se ha hecho trizas en unos minutos. Cuántos mundos construidos durante largo tiempo se harán añicos en unos cuantos minutos todos los días. Ahí, sobre las ruinas de su fortaleza de soledad, se pone a tocar el saxofón. El mundo en derredor está devastado, pero él sopla su instrumento, porque ya nada, de ninguna manera, puede importar más. Esa es una imagen que, en momentos como este, acude a mi mente y lamento, de verdad lamento, no saber tocar algún instrumento que me lleve lejos.