jueves, julio 23, 2009

Not a machine

John Ruskin decía en un ensayito que leí hace ya unos años que el gusto es la única moral que hay. Para él bastaba salir a la calle y preguntarle a la primera persona que pasara "¿usted de qué gusta?" Y acorde a lo que respondiera ya podíamos saber qué tipo de persona era. Si bien tiene algo de exagerada la idea del gusto/moral de Ruskin, tiene su parte interesante respecto a la inclinación moral implícita que hay en las elecciones que hacemos. A mí siempre me ha resultado muy curiosa la mecánica entre consciente e inconsciente que se da cuando algo me gusta instantáneamente. No alcanzo a comprender del todo por qué ese súbito estremecimiento por algo. Digamos por ejemplo una canción. Hay canciones que voy descifrando poco a poco hasta que después del lento proceso ¡plop! Me percato que me gusta mucho. Hay otras que instantáneamente me provocan repeluznos y son rechazadas con contundencia. Pero hay otras que bástenme 5 ó 10 segundos para que sienta uno como despertar de todos mis huesos y vísceras y me maraville a grados superlativos que me llevan a cursilerías tales como agradecer al altísimo por estar vivo para poder disfrutar de esa grandiosa canción. "Traffic Music" es una canción que, sin exagerar ni mentir, me fascinó a los 10 segundos de que la escuché por primera vez. Es como un reconocimiento de algo lo que suscita tal encantamiento. Alguien dijo que todo conocimento es en realidad un recuerdo. Conocer es reconocer. Me enamoré a primera vista una vez, hace muchos años, y siempre he tenido la idea de que fue porque en esa hermosa mujer reconocí al instante todo lo que había olvidado de mis primeros contactos con el amor, con la ternura, con el deseo. Esta canción en particular me cautivó por inconvencional, por jubilosa, por rara, por original, por la elección de los instrumentos para ejecutarla (el tema de los instrumentos es harto interesante y mi maestro de filosofía -el único genuino maestro que tuve en la vida- decía que podía hacerse una muy original historia de la música a partir de la historia del desarrollo de los instrumentos). Me gusta lo raro, lo que no se muestra de una manera manida. Eso es un importante elemento para que me cautive algo. Me gusta lo misterioso por añadidura. El misterio, a diferencia del secreto, muestra algo, deja ver una pequeña parte de un todo, pero dicha parte se presenta de manera extraña.
Hjaltalín es el grupo que toca esta bella melodía. Son islandeses y éste es su primer disco. Si no se disuelven y siguen por este camino, van a hacer cosas realmente grandiosas. Me voy a permitir incluir el video de la canción que por cierto, también me gusta mucho porque la técnica que usan en la animación me recuerda mucho a la que usaba Terry Gilliam con esos otros genios que fueron Monty Python.


Como elemento adicional, incluyo una excelente versión acústica que hicieron en un inmejorable entorno (me imagino) islandés. Si alguien sintió el mismo estremeciiento que yo, disfrutará mucho esta versión.

domingo, julio 19, 2009

Causalidad

No hay domingos que no reflejen todo lo que de tedio, soporífero, vacuo, sinsentido y aborrecible hay en el Cosmos. Lento paso de vaca de los domingos, parafraseándole y tergiversándole un poco también las palabras a Ortega y Gasset. Es el domingo también el día de majestad de la ley del mínimo esfuerzo, o al menos gobierna en mí los domingos. Así que solo estiro los brazos cuan largos son y todo lo que necesito para subsistir durante el día, debe estar dentro del radio de alcance de ellos. El universo termina para mí más allá de mis brazos. El control remoto, el iPod, la computadora, la bolsa de papas, todo eso conforma mi vergel dominical. Si sobre la cama hay algún libro es probable que también lea un poco. Hay un par de libros de poesía y encuentro en uno cierto poema de Ezra Pound que hace muchos años, usé para ahuyentar a una chica que me gustaba mucho pero que al parecer no le gustaban esas muestras ridículas de pasión; bastó que le mencionase aquello de "Tree you are" para que manifestara signos diarréicos. Helo aquí:

A Girl

The tree has entered my hands,
The sap has ascended my arms,
The tree has grown in my breast -
Downward,
The branches grow out of me, like arms.

Tree you are,
Moss you are,
You are violets with wind above them.
A child - so high - you are,
And all this is folly to the world.

El tedio del domingo me llevó a la relectura de este poema, el poema me condujo a su vez al recuerdo de aquella chica que tanto me gustaba, aquél recuerdo me llevó a la reiteración de cuán torpe, cuán idiota, cuán ineficaz he sido siempre con las mujeres, y esa reiteración me lleva a comprender por qué dentro de mi microcosmos dominical no encuentro una suave cintura a la que pueda ceñirme.

De los consortes y la cohabitación



Vivo con dos mujeres. Eso ya es sabido. Y esto es así no por un espíritu hippie rancio y decantado del que abunda por las calles y que se terminó fusionando con las rastitas de los pobres jamaicanos que ni vela en el entierro... Ni tampoco es porque sea yo un Charles Manson de departamento comandando a un grupo de incautas descerebradas para cometer todo tipo de tropelías, incluído el asesinato de alguna joven estrella del espectáculo, digamos a Luisana Lopilato. No, el fenómeno obedece estrictamente a la crisis, al optar por compartir gastos y encarar a la inflación en tropel, como hormiguitas. Eso nos convierte en consortes. Y está bien correr la misma suerte y compartirla, distribuirla, repartirla; pero ese beneficio va directamente en detrimento de la vida privada, de la pirotecnia de los flatos descarados, del olvido de platos con comida debajo o sobre la cama que permiten a su vez generar nuevas y fascinantes formas de vida, del silencio, bendito, monacal, purificador; o simplemente del jugarse el pellejo cuando la ocasión lo requiera. Pero tiene su parte educativa también. Puede uno empezar a comprender lo que converge y diverge entre lo femenino y masculino, como en aquél ensayo de Francisco Umbral donde, uno de los puntos de convergencia lo ubica en la rodilla, de ahí la fascinación de Baudelaire por las rodillas. Tengo la pequeña y arrogante esperanza de yo sí poder responder a la pregunta que papá Freud nunca pudo, pobrecito, y que es aquella famosa de ¿qué es lo que quieren las mujeres? Sin embargo el responder esa me va a demorar tanto y me devanará tanto mis sesos que con toda certeza dejaré irresoluta otra quizás más importante y capital: ¿qué es lo que quiero yo?